Se acercan las esperadas fiestas navideñas y con ellas, llegan las comidas y cenas con familia y amigos, o lo que es lo mismo… los empachos navideños.
Rara es la mañana durante estas fechas, en la que no nos levantamos con un polvorón y un café en la mano. Y es que lo de no encontrar por casa una bandeja con mazapanes, turrón y demás dulces, es casi misión imposible. ¡¿O es que conoces a alguien que haya visto un Ferrero Rocher a media mañana y haya sido capaz de resistirse?! Si es así, sigue un consejo… (ese no es de fiar) jajaja.
Pero vayamos al lio… todo comienza con la cena de Nochebuena, te sientas a la mesa y aquello parece que no tiene fin. Tu madre no deja de sacar platos y por momentos crees que no vas a tener ni siquiera espacio para apoyar los antebrazos sobre la mesa. Al principio vas con ganas y el aperitivos y los entrantes te saben a gloria. El primer plato es una gozada… hacia un año que no probabas esa receta navideña que tanto te gusta, y cuando llega el segundo… solo puedes coger aire, echarte hacia atrás en la silla y usar las palabras mágicas: “Por favor, a mi échame muy poco, solo para probar”. Si consigues sobrevivir, te espera el postre. ¡Viva las calorías!
Después de la cena, solo te queda llegar rodando a la cama pensando… “Que bien, mañana es fiesta”, pero cuando te quieres dar cuenta, ya el 25 de Diciembre y te ves preparándote para comer de nuevo en casa de tus tíos o abuelos. La cosa no cambia mucho en relación a la noche anterior… bueno sí, cambian los platos y que solo unos pocos valientes prueban el segundo. ¿Y qué quiere decir eso?
Pues que el segundo plato, pasa a llenar los tuppers familiares y se convierte en el menú estrella durante los siguientes días. ¿Os suena? Y qué decir de la siesta que viene después… lo más normal es que no puedas moverte del sofá hasta las 10 de la noche, y lo más seguro es que sea para volver a la cama. Solo unos poco valientes se atreven a salir de casa para ir al cine o ver a los amigos; eso sí, con el botón del pantalón desabrochado, o en su defecto, con el cinturón dos puntos más suelto.
Por suerte para todos nosotros, después vienen 5 días de tregua. Durante los dos primeros aborreces la comida, es más, no puedes ni verla. Los dos siguientes vuelves a tu rutina diaria y el quinto, una voz suena en tu cabeza y te dice… “no te pases, mañana es Nochevieja”.
Y así es, como sin quererlo ni beberlo, vuelves a mirar a los lados y te ves rodeado de la familia disfrutando del tan ansiado marisco, los ibéricos y demás clásicos de esta fecha señalada. De hecho, a este festín se le unen las “copitas de celebración”. Todo el mundo está a reventar, alguno hasta dicen que no al postre con la excusas típicas como… “yo no puedo más, que después vienen las uvas”.
Porque en ese momento en el que empiezan a soñar las campanadas, no hay excusas que valgan. Por momentos las uvas nos inundan la boca y raro es, al que no se le cae el jugo por las comisuras y le faltan manos para limpiarse y seguir comiendo a la vez.
Y de pronto… ¡¡¡Feliz año nuevo!!! Todo son abrazos, besos y felicidad inundando el comedor, y por supuesto, ¡botellas descorchándose! Sí señor, de pronto, los que no tenían hueco ahora tienen espacio para una copita más.
Porque, ¿qué sería de la Nochevieja sin ver a nuestro tío un poco más contento de lo habitual, o a tu padre contando chistes? No hay lotería que pague esos momentos. Y tras los bailes, las risas y la celebración, toca descansar y mentalizarse de que mañana, será otro largo día de comida en familia…
El día de año nuevo transcurre más tranquilo, ya sea porque es a medio día o porque la mitad de los jóvenes están hechos polvo de tantas “coca colas” y tantos bailes nocturnos para celebrar la entrada del año.
Después quedan Reyes pero… reconozcámoslos, este día ya no huele como los demás… se nota que las fiestas están más cerca de terminar, y en el fondo, a pesar de estar redondos de tanto comer, solo podemos pensar en una cosa…
Navidad, ya te echo de menos otra vez!
Porque estar acompañado de los tuyos, es el mejor regalo de fiestas navideñas