@TottoEspana.- Se acerca uno de los días más emotivos del año y no nos extraña, porque como dice el refrán… “Madre no hay más que una”.
El primer domingo de mayo celebramos el día de todas esas mujeres que decidieron entregar todo su amor de una forma generosa sin esperar nada a cambio.
Las madres son seres únicos en su especie, con un don sobrenatural capaz de detectar nuestro estado de ánimo en cada momento, ya sea alegría, miedo o tristeza. Y no conformes con eso, son adivinas. Sí sí, ellas saben que vamos a equivocarnos antes de que ocurra. ¿Super poderes? ¿Intuición? Sea como fuere, ahí están ellas para abrazarnos, para consolarnos y decirnos que todo tiene solución.
Pero como en toda relación, siempre hay altibajos… Cuando somos niños no nos imaginamos lejos de su regazo. Ellas son las que nos visten cada mañana, las que pasan horas ayudándonos con los deberes y las que nos acuestan en la cama con un beso enorme al terminar el día.
La “crisis” en la relación llega con la adolescencia, esa complicada etapa de nuestras vidas en la que lo más bonito que sale por nuestras bocas es: “eres una pesada”, “déjame en paz”, “hago lo que me da la gana” y todas estas maravillas acompañadas de efectos especiales tales como portazos, gritos y pataletas.
Por suerte, esta etapa termina cuando parece que nos daban por perdidos. Comienzan los veintitantos y tu madre se convierte en tu confidente y asesora personal. Su opinión es imprescindible para tomar cualquier decisión y aprovechamos cualquier momento para sentarnos a su lado en el sofá.
Cuando llega este momento ellas no dan crédito y todo su afán es vernos felices.
Sin embargo algunas veces, esta etapa dura menos de lo esperado para ellas, que ansiaban desde hace años una relación así. ¿La culpable? La independencia. Encontramos el piso de alquiler de nuestros sueños y abandonamos el nido.
Su afán a partir de este momento es llenar tuppers y tuppers de comida para que estemos bien alimentados, y la verdad… ¡Benditos tuppers! No hay nada como abrir uno, volcarlo sobre el plato, calentarlo en el micro y abrir la puerta… En ese instante, todo huele de maravilla. Te sientes como en casa, salvo por una gran diferencia… no tienes a tu madre al lado para decirle “esto está de muerte”.
Aaaaaiiiss que de recuerdos invaden la mente ¿verdad?
Por eso, el día de la madre toca sorprenderlas a lo grande, porque ellas se lo merecen todo.
¿Queréis un consejo? Solo hacen falta tres palabras para verlas sonreír.
“Te quiero mamá”
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